Yo
entré por Bowie allá en los 80 oyendo cantar a mi amigo Carlos
Moreno con su guitarra acústica el "Space Oddity", qué
talento de compositor hay que tener para hacer un tema así, pero no
era una excepción, en una carrera de más de cuarenta años el Duque
Blanco dejó un reguero de canciones ya clásicas que supera con
creces la media de la mayoría de sus coetáneos.
Escribo
cabreado, celoso, porque me sorprende y fustiga la unanimidad que en
nuestra cultura de usar y tirar genera la muerte, la fama. Cuando
éramos casipunks, hace más de un cuarto de siglo, Bowie era uno de
esos raros músicos de los 70 que uno podía confesar adorar sin que
te despreciaran por hippie paleto. Porque Bowie era moderno, lo ha
sido hasta el último aliento, le oí en una entrevista que siempre
se había sentido como detenido en los veinte y mantuvo ese espíritu
de novedad. Y oyendo sus discos de los últimos años, especialmente
este postrero Blackstar,
no entiendo que un país que se decanta por música de cantantes
melódicos entre cursis y mediocres la mayoría, melosos hasta el
empalago o vulgares de cochetopes, de pronto se vuelva arriesgado,
vanguardista, rupturista, y se nos hagan familiares nombres como los
Boards of Canada, David Sylvian o Meshell Ndegeocello que resuenan en
su última obra. Hipocresía ante la muerte.
Bowie
más que un innovador real ha sido un alquimista que ha sabido
mezclar los mejores ingredientes para transformarlos en oro sónico.
Como todo genio supo aprovechar el talento a su alrededor, Low
y Heroes
son dos trabajos magistrales tocados por las manos de Robert Fripp y
Brian Eno, que han sido artífices de aventuras estéticas en el
mundo del rock y la electrónica que han dado carta de calidad y de
Arte a la música pop (mal que le pese a nuestro recién enterrado
Boulez). Por sus discos han pasado Nile Rodgers, Stevie Ray Vaughan,
Rick Wakeman, John Lennon, Mick Jagger, Pete Townshend, Iggy Pop,
Tina Turner, Pat Metheny o los Queen, por nombrar un puñado.
De
la extensa discografía de este marciano yo sólo salvaría como
obras indiscutibles completas algunos "long-plays", en
muchos de ellos la necesidad de marcar distancias y el riesgo le
llevaron a la pesadez y el paso de tiempo no le ha beneficiado en
esos casos; curiosamente Philip Glass haría unas variaciones
sinfónicas sobre Low
e, igualmente, más allá de la novedad y lo curioso no fueron muy
afortunadas. Me quedo con su segundo disco, en los 60, Space
oditty;
Zyggy
Stardust
y los citados Low
y Heroes
en los 70; en los 80 me quedo con Let's
dance
y Tonight,
discos muy comerciales pero exactos, poderosos en todos los sentidos,
producciones espectaculares, y de la última etapa Heathen
y este portentoso Blackstar,
ésta podría ser una buena introducción al universo Bowie.
Si
yo fuera David Gilmour, McCartney o Jagger pondría mis barbas a
remojar, pintan mal para las estrellas del rock. En otro sitio he
defendido por escrito que el impacto de esta música en la cultura
mundial puede ser considerado el precedente de la globalización, y
sí: Bob Dylan merece un Nobel de literatura mucho más que la
mayoría de los poetas del mundo y su influencia será histórica, no
la de un mero cantautor exagerado por los medios. Es una lástima que
las propias discográficas que se hicieron multimillonarias con ellos
hayan cavado su propia tumba promoviendo la basura y un público
indolente al que no interesa la música como arte creativo sino sólo
"lo que le gusta", lo que le agrada; ese público no
compra, piratea y le importa una mierda los derroteros del rock. Así
lo mataron. Cada uno en su sitio, tenemos lo que nos merecemos. Hubo
un grupo de afortunados en el siglo XX que disfrutaron de la gloria
en vida, quedándose en nuestra memoria y que, a la manera de los
homéricos, son héroes de nuestro tiempo. Bowie ha sido uno.
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