lunes, 4 de julio de 2016

Clara Janés, 13-6-16

En mi cada vez más largo ay recorrido de escritor modesto, recurro a preguntarme perpetuamente qué es la Literatura. No lo sé. Suena raro, pero me provocan estupor ésos que tan claro lo tienen, ésos que hacen novelas o se tienen por poetas o se definen como ensayistas, con el desparpajo de equipararse a quienes de verdad ejercieron ese raro oficio de leer y escribir. El misterio de la creación es complejo, compleja es la perpetua necesidad de aprendizaje y el apabullamiento que se sufre ante lo bien hecho y la cascada de lecturas y ejercicios técnicos que parecen deuda constante y sin término que se debe afrontar...
Asisto al discurso de Clara Janés en la toma de posesión de su plaza de número de académica electa en la Real Academia Española. Me desborda la belleza de su obra, su intento único de armonizar los límites de la ciencia y la poesía; Janés hace versos con los principios básicos de la mecánica cuántica, recrea la matemática que hay tras la música, intenta ser en sus textos una imagen especular de las cosas, de los animales y sus pasiones, cada vez más muestra una evocación de ese silencio ruidoso que hace el mundo al acontecer. Es vida.
Y releyéndola días atrás, pensando en diálogo con ese hablar callado que el poema nos trae sin la presencia de su autora, creo hallar una respuesta, un destello momentáneo que tiene algún sentido; no todo lo que se escribe es Literatura, no todo va a perdurar, no todo es clásico. Para que un texto tenga valor ha de ser escrito con distancia, el escritor que de verdad lo es posee un sacerdocio que imprime carácter, una seña indeleble e identificable porque vive en el más allá —que está acá— para mirarlo todo con perspectiva, entiende la vida y el mundo desde una utopía de la Belleza que marca lo que por su pluma pasa. Los hay que cuentan, los hay que describen sus emociones, quienes inventan historias o las recrean... pero no basta. Hay que construir la mirada, sufrir, saber, acompasarse con todo, hay que salir de uno mismo y sus circunstancias para que el discurso tenga un carácter universal, valido más allá de la literalidad, del momento, de su sociedad, capaz de ser reinterpretado por cada lector, que, como dice Emilio Lledó, es el contexto real de cada lectura.

Resulta ser el escritor un chamán que, en vez de conducirnos al otro mundo, nos dirige con sus textos a una vida como lo cotidiano no nos permite verla, a ese éxtasis presente en todo que se nos escapa como arena entre los dedos por culpa del tiempo y sus miserias. Pertenece Clara Janés a ese Parnaso de grandes capaces de levantarnos el instante, Sibila que nos avisa de esa bondad inútil del mundo que dejamos atrás... No confundir, eso es poesía de verdad. Y cuesta.

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