En
mi cada vez más largo —ay—
recorrido de escritor
modesto, recurro a preguntarme perpetuamente qué es la Literatura.
No lo sé. Suena raro, pero me provocan estupor ésos que tan claro
lo tienen, ésos que hacen novelas o se tienen por poetas o se
definen como ensayistas, con el desparpajo de equipararse a quienes
de verdad ejercieron ese raro oficio de leer y escribir. El misterio
de la creación es complejo, compleja es la perpetua necesidad de
aprendizaje y el apabullamiento que se sufre ante lo bien hecho y la
cascada de lecturas y ejercicios técnicos que parecen deuda
constante y sin término que se debe afrontar...
Asisto
al discurso de Clara Janés en la toma de posesión de su plaza de
número de académica electa en la Real Academia Española. Me
desborda la belleza de su obra, su intento único de armonizar los
límites de la ciencia y la poesía; Janés hace versos con los
principios básicos de la mecánica cuántica, recrea la matemática
que hay tras la música, intenta ser en sus textos una imagen
especular de las cosas, de los animales y sus pasiones, cada vez más
muestra una evocación de ese silencio ruidoso que hace el mundo al
acontecer. Es vida.
Y
releyéndola días atrás, pensando en diálogo con ese hablar
callado que el poema nos trae sin la presencia de su autora, creo
hallar una respuesta, un destello momentáneo que tiene algún
sentido; no todo lo que se escribe es Literatura, no todo va a
perdurar, no todo es clásico. Para que un texto tenga valor ha de
ser escrito con distancia, el escritor que de verdad lo es posee un
sacerdocio que imprime carácter, una seña indeleble e identificable
porque vive en el más allá —que
está acá— para mirarlo todo con perspectiva, entiende la vida y
el mundo desde una utopía de la Belleza que marca lo que por su
pluma pasa. Los hay que cuentan, los hay que describen sus emociones,
quienes inventan historias o las recrean... pero no basta. Hay que
construir la mirada, sufrir, saber, acompasarse con todo, hay que
salir de uno mismo y sus circunstancias para que el discurso tenga un
carácter universal, valido más allá de la literalidad, del
momento, de su sociedad, capaz de ser reinterpretado por cada lector,
que, como dice Emilio Lledó, es el contexto real de cada lectura.
Resulta
ser el escritor un chamán que, en vez de conducirnos al otro mundo,
nos dirige con sus textos a una vida como lo cotidiano no nos permite
verla, a ese éxtasis presente en todo que se nos escapa como arena
entre los dedos por culpa del tiempo y sus miserias. Pertenece Clara
Janés a ese Parnaso de grandes capaces de levantarnos el instante,
Sibila que nos avisa de esa bondad inútil del mundo que dejamos
atrás... No confundir, eso es poesía de verdad. Y cuesta.
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