lunes, 4 de julio de 2016

Con instrumentos originales, 8-3-16

Oigo los primeros compases de La Primavera de Vivaldi en aquella grabación mítica del sello Das Alte Werk de 1977, con Alice Hoffelner al violín solista y el conde Nikolaus Harnoncourt al violonchelo y la dirección; realmente hay un intento de reproducir el contrapunto de los desordenados pájaros de un campo primaveral, y los contrastes de intensidad, exagerados hasta el paroxismo (rasgo característico en la dirección y el brío de Harnoncourt), muestran una obra viva oscurecida por un virtuosismo pobremente romantiquero en aquel momento, y revelan una revolución comenzada dos décadas antes de este registro, cuando Nikolaus y Alice, matrimonio, decidieron fundar junto a otros músicos de la Sinfónica de Viena el Concentus Musicus Wien para recuperar la tradición interpretativa negada por el academicismo desde la segunda mitad del XIX.
Aquella revolución de entonces hoy es la norma, ya ningún músico serio (salvo en los antediluvianos conservatorios españoles) se atrevería con el repertorio anterior al siglo XIX (e incluso éste) sin tener en cuenta los instrumentos o las técnicas de cada época; entonces se recurría a la broma fácil del olor a sudor, a sebo por las velas o a fiambre por los bocadillos como necesarios para hacer más auténtica la representación musical de aquellos jóvenes que mueren hoy, hace poco Gustav Leonhardt y este pasado fin de semana Harnoncourt. Salvo la anécdota o la especulación musical consciente, por ejemplo cuando uno toca a Bach con un piano, salvo la nostalgia histórica de un Oistrakh, Milstein o Menuhin, los aficionados actuales a la música renacentista o barroca oyen reconstrucciones de Monteverdi, Telemann, Haendel, Vivaldi, Purcell o Bach que van acompañadas de investigaciones en la bibliografía interpretativa de los teóricos coetáneos, o, como en la buena filología, la vuelta a las partituras originales sin los aditamentos y supresiones de críticos poco escrupulosos o desconocedores de la música en su contexto.
Fueron muchos, desde la pionera Wanda Landowska al clave (inspiración de Falla para su concierto) al gambista August Wenzinger o el contratenor Alfred Deller, los ya citados arriba con Frans Brüggen, y sus herederos Herreweghe, Christie, Pérès, Van Asperen, nuestro gran Jordi Savall o el enciclopédico John Eliot Gardiner, sus nietos Fabio Biondi o Andrew Manze o López Banzo y tantos que nos han otorgado momentos de delirio estético redescubriendo unas obras que yacían muertas o infrainterpretadas para una élite que seguía identificando la música clásica como un acto social, un poco como ocurre hoy con la ópera.
Recuerdo allá en los albores del CD, los comentarios de alguien en RNE2 Clásica (labor pública insustituible) haciendo una comparativa de este Vivaldi redivivo con los soporíferos virtuosos que lo usaban para lucirse; busqué a ese Harnoncourt enseguida y aluciné, y después sus conciertos para violín de Bach, porque, como siempre se habla de él pero Alice es una instrumentista mucho mejor que su marido, sus movimientos lentos de Bach son de una intensidad incomparable; no digamos el monumento histórico que supuso la grabación de los casi dos centenares de cantatas religiosas de Bach junto a Leonhardt (reconozco que me gustan más las grabadas por éste, de quien tenemos una huella en Huelva con la clavecinista María Silvera Toscano) o la Matthäus-Passion reveladora de 1970, con voces de niños y sólo hombres, y yo disfruto mucho con su Haydn, Beethoven o Schubert con la Concertgebouw y sus instrumentos modernos, tocados al estilo antiguo...
En un país donde la mayor parte de la población desprecia la música de tradición culta como solaz de "freaks", no sé muy bien para quiénes escribo pero quería dejar constancia de nuestra deuda con todos estos resucitadores de la música previa a la orquesta romántica, la vida no es igual sin ella; no se la pierdan, tomen nota y busquen. Brüggen, Leonhardt y Harnoncourt han muerto, ¡viva la música!


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