El
diccionario de la RAE siempre es útil; dice que “fe púnica” es
mala fe, o sea: torticera voluntad. Con este rollo de los Eres y la
Púnica a uno se le queda cara de gilipollas. Primero no entiendo a
estos comentaristas que deslizan la insidia según la cual los
Tribunales actúan políticamente, claro está: siempre que meten
mano a quienes no son de su “gusto” (y hay gustos muy caros).
Segundo, dicen que hay procesados que no se han lucrado
personalmente; no estoy de acuerdo, porque tener una carrera
profesional en la política sin haber trabajado nunca fuera ya es una
forma de lucro, tener curro garantizado para toda la vida es lucro,
tener poder cuando uno no ha hecho nada de mérito es lucro,
promocionar a artistas, amigos, familiares y compañeros de partido
es lucro, es lucro esa puerta giratoria que te lleva a los sueldos de
los líderes y si algo hemos aprendido en estos años es que el
dinero paga a abogados que enredan todo de tal forma que, al final,
parezca casi legal.
También
resulta muy molesta esa docta ignorancia u obediencia debida que usan
como ariete nuestros responsables públicos para decir que no sabían,
que no eran conscientes del enriquecimiento y formas de vida a su
alrededor; vamos que aquí se emborracha uno con dinero público,
compra coca, visita bares de alterne, adquiere un Jaguar sin querer,
te llevan al Alfonso XIII dos putas de confianza desde Barcelona,
todas estas cosas ocurren a abnegados servidores públicos que por la
mañana son todo seriedad, Ley y orden. ¡Un mojón!
O
sí, todo eso es verdad y no sé qué es peor… Puede que esos
cabeza de listas de los partidos sean tontos amortizados al servicio
de quienes controlan el cotarro, los que se mueven creando empresas,
simulando actividades económicas, ésos que todos los días tienen
comidas de trabajo, viajes, pelotazos acullá, listas para hacer
regalos en Navidad, invitados al barco en verano, hijas en
universidades inglesas, hijos bien situados y nietos graciosísimos y
bilingües.
Hay
que separar el lucro de lo político, y ésa es la esperanza que no
pueden defraudar los partidos renovadores. Hay que limitar el tiempo
en que uno puede cobrar ejerciendo de político, sea cual sea el
destino; hay que auditar la actividad que desarrolle y las cuentas de
quien voluntariamente, no lo olvidemos, se presenta; hay que prohibir
por Ley la propaganda, es decir, todo tipo de presentaciones,
inauguraciones, anuncios y promoción de la actividad institucional,
no hay mejor publicidad que el trabajo bien hecho; los actos de
protocolo deben limitarse a las obligaciones más estrictas del
Estado; hay que devolver a los funcionarios públicos su papel de
notarios de la actividad pública, eliminando el concepto de la
“confianza” como subterfugio para contratar al colegueo.
El
26-J es san Pelayo; ya huelo a rancio; ¿o cabe la esperanza?
Piénselo.
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