Yo
soy profesor de instituto y me reivindico, a pesar de las confusiones
que las reformas educativas han pretendido contra un colectivo que
siempre molestó por su libertad (de cátedra). Nada tengo contra el
Magisterio, no puedo estar más que agradecido por mis hijos y por mí
mismo a quienes nos enseñaron los rudimentos del saber; no hay
oficio más digno y más importante, y peor valorado y considerado.
Se habla mucho de los colegios, pero nada de cómo han ido
empobreciéndose unos estudios universitarios que han abandonado el
mundo académico empós del espejismo pedagógico voluble, convertido
en finalidad cuando sólo es instrumento para conseguir aprender lo
de siempre: los grandes problemas del ser humano.
Yo
me hice profesor de instituto el día que pisé un centro de
enseñanza público como alumno, sabía que daría clases. Y lo
quise, entonces no era muy consciente, para transmitir el entusiasmo
con el que a mí se me despertó del sueño de la ignorancia
ancestral hacia el mundo de la Cultura, de la tradición sofocante al
mundo de la posibilidad, a una vida digna. Yo no soy maestro, mi
papel es iniciar a alumnas en los vericuetos de las ideas, mostrar a
alumnos cómo casi todo lo seguro y verdadero no es más que el fruto
de las vicisitudes de nuestro cerebro con su entorno, cómo la
dinámica evolutiva ha ido generando estéticas, religiones,
ciencia... Mi labor es hacerlos renunciar a lo que saben para que se
reinicien y comiencen a generar el conocimiento sobre el que cada
generación construye su vivir. Esto no es escuela, es instituto,
¿ven cómo son oficios distintos? Ni mejor ni peor, diferentes.
Pero
se inicia el curso bajo el desamparo de un Ministerio del que no
sabemos su derrotero inmediato, elecciones por medio; comenzamos con
la ambigüedad de una Junta que nos insinúa que no pondrá celo en
el cumplimiento de la Norma nueva... Cuando corrijo los trabajos
elaborados en 3º y 4º de ESO y veo cómo el 70 ó el 80% de los
pupilos son analfabetos funcionales, me queda esa sensación entre
empática y de rechazo que produce la miseria, como cuando lee uno
viejas cartas de la posguerra repletas de fórmulas de cortesía y
ortografía al menú, no olvidemos que alrededor de un tercio de
nuestro alumnado no acaba la etapa obligatoria. Una sociedad
ignorante es foco de corrupción en todos los sentidos. Si a ello
sumamos esta Europa insolidaria, racista, xenófoba, aislacionista,
Europa de deportados y moribundos en sus fronteras, de políticos
contra el pueblo, la imagen de la Segunda Guerra Mundial vuelve...
Leo
a Canetti, Magris, Camus para escribir esto; hablan con admiración y
misterio de sus maestros y profesores, la Gran Europa de la Cultura y
la Libertad, y ahora entiendo por qué nuestros poderosos han
destruido al profesorado de Bachillerato: siembran la esclavitud,
pero cuidado, allá donde hay esclavos hay revolución.
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