lunes, 4 de julio de 2016

Ite Missa Est, 20-7-15

Europa va perdiendo sus señas de identidad. La Libertad, Igualdad y Fraternidad, esa imagen de intelectualidad reflexiva y comprometida, esa historia de nuestra cultura que ha sido el motor del mundo en los últimos siglos, para bien o mal, se disuelve empós de una entelequia que nadie ha conseguido ver: la llaman los mercados.
No podemos sustraernos a una realidad en la que la competitividad es la sangre del sistema. Pero deberíamos elegir entre ser una referencia mundial en democracia, libertades, derechos, equilibrio económico, justicia, o acabar siendo un parque temático para que norteamericanos y, sobre todo, orientales vengan a ver lo singular de un mundo de cartón que ya no existe o tuvo su momento, una especie de Isla Mágica de la Política y la Historia en la que trabajaremos de hamburgueseros o animadores de ésos que nos mirarán a través de la lente de su cara cámara.
En Grecia hemos visto esta nueva realidad. La democracia y sus métodos, lo que representan y sus aspiraciones, todo ha sido conculcado por ese sentido común, esa sensatez de lo político que, al parecer, es el mercado. Somos presos de sus reglas y sus vaivenes. Nuestros políticos, incluidos los griegos, sólo pueden asumir la verdad omnímoda del dinero y sus intereses; el triunfo del neoliberalismo es absoluto. Sólo hay que mirar a dirigentes sin discurso, como Mariano Rajoy o De Guindos, haciendo el ridículo europeo de ser más fieles a sus mandamases que los propios dueños del cotarro; Merkel se lo puso claro y me sorprende que sus declaraciones no hayan sido un escándalo en España, el modelo griego es el nuestro y el portugués, que ya hemos pasado por lo mismo y estamos en la senda del orden. Más claro: agua; fuimos intervenidos a mayor gloria de Alemania y lo que ella representa: el poder internacional del dinero.
Ya lo he dicho muchas veces: nos falta izquierda. Tsipras ha sido una tentativa frustrada casi al nacer, porque el único camino es reivindicar la política no como gestión sino ordenación del flujo económico. Esto es la izquierda, lo demás son martingalas. Da la impresión de que la izquierda ha durado en Grecia el tiempo en que negoció Varoufakis, que crece como un gigante europeo de la política frente a los gestorcillos de orden que nos dirigen; no sólo pagar, sino exigir responsables... Con tristeza asumimos que conforme los movimientos sociales se convierten en partidos (con aparatos), la justicia y la igualdad saltan por la ventana.

No necesitamos una clase de altos funcionarios que decidan nuestro bien y nuestro mal; política y burocracia no se pueden confundir. Estamos en la era de las inercias, del conservadurismo, el show debe continuar es el lema; y ya no caben revoluciones pero sí una oposición. O volvemos a decidir, a la política como posibilidad de futuro y de cambio, o Europa ha muerto. Como dijo aquel álter ego de Machado: Apaga y vámonos.Europa va perdiendo sus señas de identidad. La Libertad, Igualdad y Fraternidad, esa imagen de intelectualidad reflexiva y comprometida, esa historia de nuestra cultura que ha sido el motor del mundo en los últimos siglos, para bien o mal, se disuelve empós de una entelequia que nadie ha conseguido ver: la llaman los mercados.
No podemos sustraernos a una realidad en la que la competitividad es la sangre del sistema. Pero deberíamos elegir entre ser una referencia mundial en democracia, libertades, derechos, equilibrio económico, justicia, o acabar siendo un parque temático para que norteamericanos y, sobre todo, orientales vengan a ver lo singular de un mundo de cartón que ya no existe o tuvo su momento, una especie de Isla Mágica de la Política y la Historia en la que trabajaremos de hamburgueseros o animadores de ésos que nos mirarán a través de la lente de su cara cámara.
En Grecia hemos visto esta nueva realidad. La democracia y sus métodos, lo que representan y sus aspiraciones, todo ha sido conculcado por ese sentido común, esa sensatez de lo político que, al parecer, es el mercado. Somos presos de sus reglas y sus vaivenes. Nuestros políticos, incluidos los griegos, sólo pueden asumir la verdad omnímoda del dinero y sus intereses; el triunfo del neoliberalismo es absoluto. Sólo hay que mirar a dirigentes sin discurso, como Mariano Rajoy o De Guindos, haciendo el ridículo europeo de ser más fieles a sus mandamases que los propios dueños del cotarro; Merkel se lo puso claro y me sorprende que sus declaraciones no hayan sido un escándalo en España, el modelo griego es el nuestro y el portugués, que ya hemos pasado por lo mismo y estamos en la senda del orden. Más claro: agua; fuimos intervenidos a mayor gloria de Alemania y lo que ella representa: el poder internacional del dinero.
Ya lo he dicho muchas veces: nos falta izquierda. Tsipras ha sido una tentativa frustrada casi al nacer, porque el único camino es reivindicar la política no como gestión sino ordenación del flujo económico. Esto es la izquierda, lo demás son martingalas. Da la impresión de que la izquierda ha durado en Grecia el tiempo en que negoció Varoufakis, que crece como un gigante europeo de la política frente a los gestorcillos de orden que nos dirigen; no sólo pagar, sino exigir responsables... Con tristeza asumimos que conforme los movimientos sociales se convierten en partidos (con aparatos), la justicia y la igualdad saltan por la ventana.
No necesitamos una clase de altos funcionarios que decidan nuestro bien y nuestro mal; política y burocracia no se pueden confundir. Estamos en la era de las inercias, del conservadurismo, el show debe continuar es el lema; y ya no caben revoluciones pero sí una oposición. O volvemos a decidir, a la política como posibilidad de futuro y de cambio, o Europa ha muerto. Como dijo aquel álter ego de Machado: Apaga y vámonos.

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