lunes, 4 de julio de 2016

Jorge Pardo y Diego Guerrero, 10-8-15

Un poco a rastras, me acerqué el sábado al Mosquito, en Punta Umbría, a ver a Diego Guerrero con Jorge Pardo; Guerrero es cantaor, capaz de meter unas letras bien construidas y con sentido poético (cosa rara) en sus melodías flamencas, pero con armonías inesperadas y muy complejas, rezuma talento total como no suele verse por estas tierras, más dada a virtudes sueltas; hablo con mi amigo Juanini Jr., músico de familia y kilómetros, y sentencia: "Pardo no se va a ir con cualquiera"; el resto de músicos, al nivel, pero no creo que se enfaden nuestros paisanos si nos paramos un segundo a oír a Jorge Pardo... cuando uno sale al lado de una leyenda, todo es bueno pero aspiramos, como una luna, a reflejar la luz que ese sol emite.
Pardo salió a un escenario donde parte de un público muy poco respetuoso impedía la intimidad. Guerrero ya había sabido manejar el tercio bien, sacando punta a las bolas de billar, sólo con su guitarra y su voz, fue apagando la estupidez de los que no ven más allá de su nariz. Pero Jorge Pardo inundó de autoridad el escenario, dijo tres palabras y al primer soplo de su flauta la música comenzó a fluir por la playa entre el público. Hizo unos glisandos, convirtiendo su flauta en un nay oriental, y comenzó un recorrido melódico-planetario que partió de las zonas hoy en conflicto por un petróleo disfrazado de Islam, hasta llegar al flamenco más verdadero que, en mucho tiempo, he podido asimilar. El asombro del público era patente, su manejo de las melodías, del ritmo y hasta de la armonía, a base de soplos e insinuaciones vocales con el micro, hizo el milagro... y Diego Guerrero estaba ahí resistiendo con altura, lo que habla de su calidad.
Pero estas letras no son sobre música sino sobre una fotografía. Porque Pardo me hizo pensar lo hermoso de nuestras culturas, cómo cuando el artista construye conscientemente sobrepasa lo folklórico y se instala en esa Belleza que hermana a lo humano. Leía a Albert Camus esa misma tarde hablando de la tierra de Europa: "[…] en la que desde hace veinte siglos prosigue la más asombrosa aventura del espíritu humano"; Camus opone su discurso, en los días del final de ocupación alemana, al del imperialismo nazi, reivindicando no el tradicionalismo rancio cristiano de la paz y la moral, sino el absurdo de un mundo sin orden en el que los seres humanos hemos tenido que construir un motivo para poder ser felices: esto es, quiere que esa misma razón humana que ha desembocado en la barbarie sea redirigida para construir una civilización —humanista— a fin de que "[…] los hombres recobrasen la solidaridad para entrar en lucha contra su indignante destino".
Mi foto, vista en la prensa, muestra una panorámica de un mar Mediterráneo azul repleto de cabezas de gente que flota aguardando la salvación; son cientos, como hormigas anegadas por la leche que las atrajo a la despensa. Me pregunto qué Europa de mierda estamos construyendo, nosotros, los que tenemos la riqueza y la cultura para pensarla... "Europa es para ustedes ese espacio rodeado de mares y montañas, perforado de minas, cubierto de mieses, donde Alemania juega una partida en la que lo que está en juego es su destino" espeta Camus a un amigo alemán a finales de 1944, descripción literal de la Europa de hoy.

Pardo y Guerrero me hicieron ver más que nunca la necesidad, frente a los agoreros de la Luces, de reivindicar la inteligencia, la utopía como motor, la esperanza, y eso sólo se hace con el pensamiento y la ilusión, el amor es un motor que cuando ya no da para otro paso: ha muerto. Éstos que enarbolan la bandera del pragmatismo nos están haciendo colaboracionistas de un régimen responsable de crímenes de lesa humanidad, tanto en los países de origen de la miseria como en ese mar que ha devorado ya a miles de personas, inocente como un perro adiestrado para matar. Viva el arte, el pensamiento, la utopía: abajo los nuncios de la muerte.

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