lunes, 4 de julio de 2016

Los barghawatas, 23-5-16

En mi juventud viajé por Barghawata, país en el Norte de África hoy desaparecido. Recuerdo intensamente un raro fenómeno de histeria colectiva vinculado a los rituales mediterráneos de fecundidad, fin de la siembra, una enorme orgía controlada por la casta yunusita; se consumía cannabis de muchas formas diferentes para la exaltación de un pequeño olivo antiquísimo sacado en volandas por una multitud de jóvenes que rechazaba agresivamente a todo foráneo. La rígida moral cotidiana se aliviaba, y puedo dar fe.
Íbamos en peregrinación hacia la aldea de Azemmour, a unos cincuenta kilómetros de la capital, en mitad de una reserva natural que la ONU regaba con millones de dolares a mayor gloria de los gobernantes. País desarrollado para su época, gustaba de atravesar campos en carros y camellos; el desafuero llevó a muchos animales a la muerte extenuados, a pesar de que se les valoraba como riqueza y estaban preservados, pero una norma no escrita toleraba a urbanitas que golpeaban o desatendían a las bestias con una mezcla de ignorancia y maldad, que suelen ir juntas.
Hicimos noche. La corrupción sistémica del reino barghawatí se manifestó; apareció el ejército para montar casetas lujosas a los más señalados, por cierto hasta con agua provisional y pozos ciegos, rigurosamente prohibidos y rebosantes al rato de inmudicia; los mandos militares permanecieron como convidados de lujo toda la noche. El espectáculo al amanecer era como la estela de basura que dejábamos por parajes que no podían ser pisados por persona privada alguna, tal era su protección. En los taludes, vasos vacíos tapaban mortalmente nidos de abejarucos. Una llamada oportuna permitía moverse casi por cualquier sitio; una invitación saldaba el favor, cualquier camino era posible dependiendo del nivel del otorgante, incluido el extremo de pernoctar donde criaban los pequeños elefantes señeros de la zona y destinatarios de las ayudas internacionales.
Era repugnante ver al más bajo de los cargos públicos inventar actos para garantizarse una asistencia subvencionada, sin contar la prohición expresa de que como tales asistieran a actos religiosos, teórico avance de la legislación autóctona. El propio Ministro alardeaba de fe y de un cumplimiento de las normas que sólo rezaba en sus informes falseados para adecuarse a ellas, visto el desastre insostenible. La guardería era comparsa del espectáculo, y consciente, guardo alguna foto comprometedora. Ver arrancada una pequeña elefanta de bronce a la entrada, símbolo de la reserva, describía bien la desolación consentida.

Medio país paralizado, la prensa volcada fomentando el paseo del olivo sacro, como visitante me pareció todo pintoresco y chusco, con un regusto salvaje... que desaparecía con tanta impostura y galas de lujo, hasta hacerse absurda como toda creencia analizada desde fuera; cosas de antropólogo entre barghawatas.

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