Interesante
ejercicio de relativismo, usted me lee en su presente y yo estoy en
mi pasado. Usted sabe el resultado de las elecciones, yo, que existo
en este texto que usted lee: todavía no. Yo vivo aún en esos días
agobiantes, entre el asco y el hartazgo, en los que dos desesperados
repletos de miedo peleaban en un plató de televisión para no decir
nada que no supiéramos y hubiéramos consumido hasta la náusea...
Muy
triste, y espero que ahora esté arrepintiéndose, esa elevación de
tono del candidato socialista cuando vio que no levantaba encuestas,
sólo para justificarse ante su propio partido ya sin ideología; ese
patetismo impostado, recomendado por sus asesores, le hizo perder la
menguante credibilidad que le daba haber compartido buena parte de
las políticas de su contrincante rebosante de senectud, un señor
Presidente que nos vendía su imagen de futbolero repartecapones,
comedor de churros, jugador de dominó e hijo de juez de provincias
de toda la vida, como manda Dios. Estaban fuera de juego, eran una
instantánea de una sociedad que ya ha muerto; claro que, desde mi
pasado, yo no puedo saber si España ha confirmado su defunción o si
ha renacido esta mañana del 21 de diciembre que nos trae otro
invierno.
En
los últimos años de crisis de todo, no sólo económica, he vivido
como el ciudadano que siente que los ajenos le han afanado su derecho
a ejercer la política. He sentido
celos platónicos, como si se apropiaran indebidamente del Arte que
me da la vida... Decía no hace mucho el músico Alberto García
Demestres: "[...] esperemos
que un día la ópera vuelva a ser cosa de compositores";
exacto, veo a los políticos que creen única vía posible consolidar
esto que tenemos como a esos aficionados a la ópera que no sienten
el menor interés por la música... me duelen los dineros públicos
gastados a su mayor gloria.
A
toro pasado, no hace falta confesar que no di mi voto a ninguna
fuerza conservadora, mucho menos, por tanto, a PP o PSOE. Yo soy de
los que veía esta necesidad de cambio político, y no creo que lo
sea para España o Europa sino para el mundo entero. Ya he defendido
aquí la idea de una Constitución Mundial: una carta que recogiera
los derechos de la Ciudadanía por el mero hecho de ser humanos y la
vinculación de la posibilidad de comerciar entre estados sólo si
sus sistemas jurídicos respetan esos derechos.
El
calentamiento global, la guerra, la injusticia, el hambre, la locura
tecnológica, el onanismo capitalista que sólo persigue el lujo como
sustituto de la persona, el incremento brutal de la pobreza en
nuestro país, la corrupción estructural, el inmovilismo servil e
interesado... Yo no sé si hoy hemos dado un paso esperanzador hacia
un futuro digno; usted, lectora, lector, sí lo sabe. Yo, que en este
momento, me leo en papel con un café en el bar de mi instituto:
también.
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